Historia y Educación

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Columna de ADABELLA FUNES. Conocé el trasfondo histórico de diferentes obras mes a mes.

SOBRE EL ARTE Y EL MAL GUSTO 

ADABELLA FUNES: Estudiante avanzada de Lic. en Historia, estudiosa y conocedora de historia del Arte.

Posiblemente el arte kitsch sea una de las formas más controversiales en el mundo del arte: renegada por los expertos, denigrada por las Academias, e infravalorada por quienes diariamente convivimos con ella. Sin embargo, a mi parecer, es una de las demostraciones más hermosas e identitarias -aunque no exclusiva- de esta enorme, compleja, diversa, rica y particular cultura como lo es la latinoamericana.

Símbolo del mal gusto, ejemplo del anti-arte, si te hablo de lo kitsch es muy probable que creas que no lo conocés, pero te puedo asegurar que lo has visto miles de veces, por ejemplo, en los niños Jesús con pestañas de modelo, cachetes fucsias, una permanente que se mantiene estoica frente a las adversidades y túnicas que parecen vestidos de quinceañera que te miran desde el bahiut de tu abuela.

Y hablando de quinceañeras…

Hace no mucho tiempo atrás, en Twitter había sido trending topic las fotos más insólitas de los quinces: jovencitas sumamente maquilladas, con vestidos de colores alegres y estridentes que posaban delicadamente acariciando arbustos, bajándose de un camión embarrado, sosteniendo un taladro, siendo sometidas a un pobre montaje fotográfico donde aparecen saliendo de un zapato de fiesta, de una caja de anillos, ¡del bolsillo de su padre!, insólitas y pícaras escenas donde nos plantamos de cara al mundo para decirles: “sí, soy latino y este es mi gusto, con mucha honra”. Pero, ¿por qué el arte kitsch es de mal gusto? Antes de responder a esta interrogante quisiera reflexionar acerca del Arte, para que luego al hablar del mal gusto nos sienta más cómodo, o al menos, más contextualizado. 

Como una estudiante universitaria que intenta hacer todo lo posible para aprender sobre arte puedo decir que, al menos desde mi propia realidad socioeconómica, se trata de un bien de alto valor económico; un conocimiento muy atesorado y de difícil acceso. A veces, las producciones artísticas tienen connotaciones morales y logran causar tantas sensaciones profundas que se te eriza la piel, y te hace sentir que acabás de descubrir un tesoro luego de estar meditabunda, mirando la obra, estudiando cada parte, cada trazo y color… finalmente, vas desenredando la trama de la historia, y te encontrás con el sentimiento que se esconde en esa composición.

Pero, no podemos negar que también tiene un fin estético… incluso en los momentos más atroces de la vejez de Goya, lo -si se quiere- brutal y privado de sus pinturas, tienen un trasfondo estético. Incomoda, irrita, conmueve… pero, ¿es solo eso?, ¿por qué desde hace doscientos años las Academias se rajan sus prendas ante la frustración contra el mal gusto? (recordemos el segundo artículo de esta columna), ¿qué es el mal gusto? Porque si me dicen que el arte es una producción del universo cultural del hombre que intencionalmente selecciona, crea y compone imágenes pictóricas, con un equilibrio visual intencionado que a su vez despierte emociones, entonces debo decir que los cientos de tatuajes que la gente se hizo de Messi o del gesto del Dibu en el mundial son arte puro.  

Ahora bien, tal como sugerí unos renglones atrás, el Arte siempre se ha tratado de algo exclusivo, una consecuencia de los tantos privilegios que conlleva el poder, en este caso, adquisitivo. Incluso en su etapa más figurativa, ha sido un elemento distintivo entre quienes podían darse el lujo de tener objetos de alto valor estético -y en sus inicios, funcionales.

Eventualmente, si nos planteamos desde una cronología eurocéntrica, el control de lo artístico fue monopolizado en un primer momento por la Iglesia, luego por las Monarquías Absolutas y todo su séquito de funcionarios, y posteriormente por las Naciones burguesas, que van a hacer uso del arte y abrirán Museos que educarían a las masas para homogeneizar la cultura de los habitantes.

Eventualmente, si nos planteamos desde una cronología eurocéntrica, el control de lo artístico fue monopolizado en un primer momento por la Iglesia, luego por las Monarquías Absolutas y todo su séquito de funcionarios, y posteriormente por las Naciones burguesas, que van a hacer uso del arte y abrirán Museos que educarían a las masas para homogeneizar la cultura de los habitantes. Los nuevos Estados, como los americanos, también hicieron uso del arte para hacer un despliegue identitario y como forma de imitar a las naciones europeas. Al mismo tiempo, los grupos de poder económico e influencia política, se daban el lujo de decorar sus vidas con objetos artísticos.

Los artistas producían para sus mecenas y sus mecenas exigían aparecer lo más poderosa y bellamente posible, cargados de una ritualidad simbólica que se asemejaba a un esoterismo para quienes no gozaban la dicha de la instrucción. Muy de a poquito esta relación se fue cortando en cuanto ocurrieron dos cuestiones centrales: cuando los artistas se vuelven prescindibles tras el invento de la fotografía, y cuando el arte se hace cada vez más reproducible y, por lo tanto, accesible, mediante las innovaciones tecnológicas acarreadas por las revoluciones industriales.

Grosso modo, los artistas son libres para experimentar y se deslindan del mundo burgués; mientras que todos los campesinos que migraron a las ciudades europeas, junto a los miembros de las clases más altas de los nuevos Estados, accederán a un arte que, si bien aún no terminaban de entenderlo, al menos era accesible… y mejor si tenía usos prácticos. 

Esa reproductibilidad sencilla y masificada claro está que bajó la calidad de los acabados. Por ejemplo, los óleos se convirtieron en litografías: ya no había trazos de la mano calculadora y milimétricamente precisa del artista, ahora existían líneas generadas por un único rastro de tinta que marcó una piedra, no sobre un lienzo, sino sobre una cartulina. Además, las pinturas se ponían de moda y todas las casas tenían la misma imagen, a veces hasta se decoraban salas con retratos de personas que ni eran de la familia, pero bueno, era arte, y lo mejor, a buen precio.

Esta masificación rompía con el espíritu del artista dejando un rastro de su esencia en un trabajo que tardaba años en finalizar, por lo que, para las élites, dejaba de tener sentido. A su vez, abría las posibilidades de que la imagen fuera algo que se reconceptualizaría… al punto tal de que lo kitsch se convertiría en esa forma de producir imágenes -pictóricas o escultóricas- que evocaran al hedonismo más puro: serían objetos bellos, agradables de ver, hasta sensuales y no tendrían mucho más para decir.

Acusado de redundante, excesivo, lo kitsch es despreciado principalmente por ser la imitación que las clases medias realizan sobre el gusto de la burguesía. Se deja arrastrar por las modas, varía tanto a lo largo de los años, va y viene con la valoración de los objetos y las sensaciones que se les asocian, que casi se transforma en una iconodulia de los objetos contemplados. Por su parte, los teóricos marxistas defenestran lo kitsch porque consideran que es un elemento ideologizante de la cultura burguesa del poder, que deposita en las masas asalariadas la necesidad de obtener determinados bienes con la finalidad de satisfacer un impulso consumista que fomenta su propia explotación… igual, un poco de razón tienen.

Pero, ¿qué nos queda a los no-ricos, entonces?, ¿acaso por no tener la capacidad económica que nos permita contratar a un artista para que realice una obra no podemos disfrutar del arte?

Achicando las escalas, los gobiernos argentinos desde su juventud como país se han preocupado por la educación de las masas: muy de a poco se les enseñó a leer y se tomaron medidas muy progresistas para la educación laica, pero, cuando la gente común quedó encantada -por ejemplo- con las jarras zoomórficas europeas, particularmente las de pingüino, este objeto cultural pasó a ser una cosa fea, desagradable. Parece ser que, para el gusto elitista, lo democrático se pone en cuestionamiento cuando las masas incultas ven un atisbo de la “luz” de lo bello y desean reproducirlo desde la forma más accesible y útil posible. A veces reaccionan de la forma exactamente opuesta, apropiándose de ese gusto y convirtiéndolo en un bien suntuoso, como el acampar, o moverse en bicicleta… pero eso no importa, porque el kitsch, irreverente y banal como es, logrará quemar los ojos de todos con un nuevo objeto al cual rendirle culto y convertirlo en un símbolo de status masificado (ese termo Stanley, es kitsch; y el símil Stanley, ni te cuento). 

Personalmente, creo que el arte debería ser del goce de todos, porque todos tenemos derecho a disfrutar, a conmovernos, a que se nos erice la piel al contemplar esa belleza inmediata que remueve sensaciones más profundas que no recordábamos sentir. Pero para que eso sea posible, la educación es una cuestión fundamental. No podemos apreciar lo que nos rodea si no lo entendemos. Ante las resistencias a la democracia, mi pequeña lucha es esta columna… porque quiero que todos podamos decir que sabemos, aunque sea un poquito, de arte; pese a que no hayamos visitado los Museos más importantes del mundo, o del país. Porque recursos limitados no significa ser obtusos. Porque todos merecemos disfrutar, incluso si no podemos contemplar la obra de un artista de manera exclusiva frente a nuestros ojos. 

Bibliografía Consultada

Sobre las quinceañeras de Twitter: https://twitter.com/conurbanera/status/1138415769765785600?lang=es

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