Historia y Educación

Por Ma. Celeste Armas Bacci

Quienes hemos vivido con algún peque cerca, sabemos que podemos convivir con una sobreproducción de dibujos en nuestro cotidiano. Al punto que a veces ya no sabemos qué hacer con ellos o nos ponemos a seleccionar “los más guardables”. Pero seamos sinceros/as ¿no nos cuesta un poco tirar algunas producciones?. Bueno a mi sí. El mejor regalo que nos hizo mi abuela a mis primos y a mí fue guardarlos todos en una caja. Verlos de grandes es realmente lindo. 

Esta historia no ocurre exactamente en la panadería, pero si en el metro de la línea 1 que es la que tomo para llegar allá. 

Mientras iba en el metro, evitando usar el celular -porque a veces, al ver tanta gente con el móvil, me causa escalofríos esa imagen y por momentos quiero evitar ser parte- presté atención a la entrada de una familia, dos niños vestidos prácticamente iguales -aunque no de la misma edad- con su mamá y su papá. Confieso que no había percibido que estaba el papá hasta al final de la anécdota.

La cuestión es que apenas se sentaron pidieron a la mamá “los jueguitos”, la mamá respondió categóricamente y sin lugar a réplica 

No, si quieres te doy la libreta y el lápiz para dibujar. 

Admirable el límite amoroso y claro de esa mamá. El más grande, que habrá rondado unos 6 años, aceptó la consiga. El más pequeño, de unos 4 años quizás, insistió algunas veces más -un don que tenemos los más chicos de tirar de la soga hasta donde se pueda jeje-, pero ni el benjamín de la familia tuvo suerte esa vez. La mamá, sosteniendo la decisión, buscó unas libretas mini y se las dió junto con un lápiz. 

Empezó el arte, por tres estaciones no pararon de dibujar. Yo conecté miradas muchas veces porque se notaba que buscaban aprobación de otros viajeros del mismo vagón, y aunque me vi tentada de entablar charla, me pareció un poco invasiva. Estaban ocupados, dibujando, y además que un niño te de ternura no te habilita a ser interlocutora sin tino ni consentimiento.  

En fin, comenzaron a ocurrir interacciones entre ellos muy curiosas que logré captar gracias a que no estaba con el teléfono.

El primer dibujo que terminó el hermano más grande se lo regaló al hermanito pequeño. El pequeñín lo miró, le gustó y le dijo a su mamá: “mira, te lo regalo”, a lo que la madre, deja la pantalla del teléfono para mirarlo y dice “ala, cariño, que chulo” (acá esas expresiones son comunes, es como decir “que hermoso”). Ella no había registrado toda la situación previa.

Pero claro, ante esto el hermano mayor reclamó a su hermano:

-¡Oye, lo hice yo, te lo regale a ti!

Y luego se dirige a su mamá:

-Mamá ¡que lo he hecho yo, y se lo regalé a él!

Nada, nadie fue receptor de este mensaje. Solo el resto de los espectadores del vagón y yo. Un poco frustrado continuó dibujando. Los dibujos seguían, y cada vez que los dibujos se terminaban se regalaban a mamá. 

En un momento el más grande comenzó a dibujar y decidió regalarle uno a su papá. Ahí supe que era su papá. Pero el hombre, no levantaba la cabeza de la pantalla, tomaba el dibujo y sin mirarlo comenzó a apilarlos detrás del teléfono. Siempre hago el esfuerzo de poner en valor la figuras de madres y padres en la crianza pese a todo, porque me parece admirable, pero debo confesar que esta vez me lo hace difícil. La conexión ante esas acciones eran nulas, ni siquiera contacto visual, ni siquiera despegar apenas la mirada de la pantalla. ¿Hará lo mismo con la gente adulta? pensé para mis adentros.

A medida avanzaban los dibujos y crecía la producción, la mamá comenzó a sentir cansancio, cada vez respondía menos a los regalos. 

Finalmente, los hermanitos optaron por jugar entre ellos y se regalaban sus dibujos mutuamente. Pasado el tiempo, junto con los dibujos hacían monerías y se rían mucho. Recién ahí los papás comenzaron a salir del mundo pantallas para retarlos: por el tono de voz, por los movimientos, etc. De mi parte puedo decir que no estaban molestando a nadie, de hecho me parecían super respetuosos dentro de sus monerías.

Pero recordé a una autora que habla, de como a los adultos a veces nos incomoda la diversión sin razón en la infancia. Como si esperáramos no poder con ella. 

¿Qué hay en la adultez que a veces molesta tanto la risa y el divague en la infancia? Me hizo acordar al fragmento de una obra de Alicia Entel, comparto una parte porque nadie lo explica mejor que ella:

¿Qué sensación se expande en el mundo adulto si un niño o niña quieren que todo su tiempo sea de fiesta? No de fiesta consumista con torta y pelotero, sino de fiesta, placer, demora, olas en la bañera o laducha, risas como las que se encuentran en algunas fotos de la historia familiar y que luego se recuerdan? Probablemente nos moleste, no por el griterío o la carcajada que resuena a veces molesta en los tímpanos adultos, sino porque la vida áspera de los adultos también configuró un fuerte rechazo a la diversión infantil, una falta de paciencia y hasta temores en especial cuando se trata de inventos no previsibles, no pautados ni reglados por el consumo. ¿Cuánto tiempo toleramos que una niña por ejemplo, hable sola o con su muñeca? ¿Cuánto tiempo habilitamos la reiteración de la adivinanza, el breve poema recitado o la cancioncita murmurada? A veces con sordera para otros inventos nos sometemos o bien a la cantinela infantil del “me aburro” porque ya el clima había cohartado la ocurrencia y la imaginación o bien al mundo pautado de alguna actividad mediática de moda. De a poco los intercambios con el mundo de los grandes y la propia experiencia darán lugar a que la niña o el niño busquen otros interlocutores para hablar y no sólo lo harán con sus juguetes y objetos acompañantes.” Breve filosofía de la infancia. Alicia Entel, 2014.

En fin, llegó mi parada, me bajé y ellos siguieron jugando entre ellos. Cambiando de interlocutores como dice el fragmento. 

Los dibujos regalados quedaron en un inframundo desconocido, vaya a saber que pasó con ellos al llegar a casa. Finalmente lo que pudo sostenerse fue el juego y la conexión entre ellos, parte del mismo mundo. 

Ya lo he dicho en varias ocasiones. Los dibujos en la infancia son cosa seria. Son un medio de comunicación, de expresión, ver el dibujo de un niño es como preguntarle a un adulto como éstas. Si le preguntas a un niño como estás, te va a decir bien o mal, raramente profundice de manera espontánea, pero si ves un dibujo, muchas veces tendrás más respuestas. 

Pero vamos a mencionar algunos puntos en esta historia:

  • Aquí traicionaré al gremio de los hermanos menores, jaja. Queridos papás y mamás ¿A que se debe tanta exigencia a lo hijos/as mayores, que aún son niños, y tanta flexibilidad con los menores?. LOS MAYORES NO SON MÁS ADULTOS POR SER MAYORES. SON IGUAL DE NIÑOS/AS. 
  • Punto a favor a ese límite puesto por esa mamá sin gritos, sin violencia, sin amenazas, ante la negativa de los jueguitos. Un no, limpio, sostenido y que resistió a las insistencias. Además, un “no” que vino con alternativa, dibujar. 
  • El contacto presente cuando un niño hace un reclamo, un pedido o una interacción, es necesario. Si recibes un dibujo debes estar presente en esta acción, lo suficiente para que si de repente el hermano regaló el dibujo regalado, puedas hacer algún aporte a esa situación. Y si no lo puedes hacer, anticipas: “Oye, mamá por un rato va a tener que responder unos mensajes en el celular, en cuanto termine veo todo lo que me han hecho y me cuentan”. Algo así. 
  • El no contacto visual NO es una opción. Nunca. Era domingo, querido papá de la historia, yo veía el celular desde mi asiento en el metro y estabas viendo historias de IG. Al menos haz un esfuerzo como mamá por conectar con quien te habla. Y vale para tus niños y para tus pares adultos. 
  • El reto y el límite es para cuando algo está mal o no se debe hacer. El reto y el límite no debería ser un recursos para el cansancio adulto que busca sofocar la etapa de divague (sanamente) infantil.



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