Historia y Educación

Por Ma. Celeste Armas Bacci

*Particularmente en esta Historia Hecha a Mano fue escrita para mi Abuela Isabel. Se las regalo y se las comparto.

La palabra ritual suele darnos una idea solemne o incluso muchas veces conectado con algo secreto o prohibido. Sin embargo, en la vida estamos llenos de rituales: tomar un mate, poner la mesa, el asado o las pastas del domingo, un cuento antes de dormir, en fin, miles. Como dice Bourdieu (2007), «actos de eficacia simbólica que contribuyen a recrear y reforzar la identidad a través de prácticas repetidas y cargadas de significado.»

Llevo tiempo estudiándolos desde lo escolar y lo histórico, pero cuánto más calan los cotidianos. Esos momentos que necesariamente nos sitúan en presencia y nos obligan a no prestar atención más que a lo que acontece. E incluso que si no están algo en nuestra identidad se inquieta.

Ritualitos que tiene uno para vivir” dice la dulce Marta Gómez en su canción. Hace unas noches fui a tomar una tomar una cerveza con una amiga y terminamos hablando de lo importante que se vuelve el ritual de despedir a alguien que pasa a otro plano, sobre todo estando lejos. Y esa noche, al llegar, te escribí esto:

Acá me tenés, pude escribirte mil veces en vida, pero cuando te fuiste me faltaba algo, no podía tipear palabra sin antes materializar tu ausencia. Se ha vuelto especialmente curioso la necesidad de ese gesto simbólico que nos ayuda a procesar despedidas, cierres y partidas. Así como aquellos otros que se hacen para celebrar uniones, o cambios de ciclos, o pasos de años.

Ilustración Fuente Pinterest. Autor desconocido.

Un funeral.

Ese evento tan trágico como cómico. Porque no se en sus familias, pero en la mía el humor suele volverse un cable a tierra para sostener la cordura en medio de las tragedias.

En fin, ahí estaba, yo, que me dan miedo muchas cosas pero no la muerte, a la cual respeto, la miro a los ojos y le digo que aún elijo la vida. Porque, entre nos, el verdadero miedo a la muerte en realidad es el miedo a vivir. Cuando nos permitimos la vida y nos animamos a subirnos a ella, la muerte es tan solo el cierre. Y ni te cuento si contas con el plus de la fe. En fin, ahí, sin poderte escribirte una palabra.

Fue después del viaje a Argentina, cuando entré a tu casa y vi tu pava sin agua, tu mate de lata en su lugar y tu yerbera vacía, cuando empecé a entender. Rituales, la hora del mate, cuando sacabas el tuyo y decías ¿Dulce o amargo? Siempre tomabas dulce pero preguntabas porque a veces encontrabas un aliado.

Fue cuando abrí el ropero prohibido y no estabas vos para decirme que salga de ahí. Fue cuando revolví tus revistas viejas y no estabas vos buscándome las que me podrían gustar más.

Fue darme cuenta de que los rituales te sostuvieron cuando tu memoria se perdía, porque el cuerpo y los buenos sentires tiene otro tipo de memoria.

Y seguro ya lo sabes, pero cuando me preguntaron qué me quería traer a Madrid tuyo, en principio dije que nada, porque me bastaba con la receta de tus ñoquis, de tus postres, con tus cuentos y tus rituales.

Pero al final elegí una cosa: el costurero, por dos razones:

Una porque era tu mayor ceremonia, y dos, porque en los tiempos que te tocó vivir -en los que no se te permitió más que ser una señora de la casa- tu mayor creatividad la soltabas en tus bordados y costuras.

Cuando empezaste a pintar a tus 80 años supimos que había una artista escondida. Pero mientras tanto querida abuela, encontraste tus formas para canalizar tus ideas creativas: la costura y la cocina. El costurero me recuerda que no hacen faltan grandes oportunidades para desplegar nuestro yo creativo, que podemos dejar siembra de quienes somos en actos hormigas, como me gusta decirles a mí.

Ahora si puedo escribir, quizás porque ritualice tu ausencia, porque me despedí, porque voy entendiendo que no estas -pero de alguna manera sí-. Gracias por tus gestos simples que hoy alivianan momentos de mi vida cotidiana.

Y ustedes queridos lectores ¿Qué rituales los sostienen?



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