UNA HISTORIA HECHA A MANO
Por Ma. Celeste Armas Bacci
Acá en España está empezando el otoño. Siempre fue – y es- mi estación favorita. Creo que, por los colores, por el frio – aunque cada vez sea menos – o quizás porque es la antesala a esa estación que nos invita a recogernos para adentro. Mi amado invierno.
Hoy hablaba con una amiga de Argentina que hace mucho tiempo quiere ser mamá, de hecho, lo fue, pero fueron dos almas que la necesitaron en sus vidas por menos de 9 meses, necesitaron ese hogar por un ratito, y ella con mucha fortaleza, pero no por eso con menos dolor, los acogió. Me acuerdo de que en una de las charlas que tuvimos por videollamada en tiempos difíciles, me salió decirle que en algún momento había que decidir en quedarse con esas muertes, o volver a elegir la vida. Hoy está muy cerca de cumplir su sueño

Pero ustedes dirán, ¿Qué tiene esto que ver con el otoño Cele? Pienso que el otoño es quien mejor muestra los ciclos en lo que se traduce nuestra vida. Hay un pasaje del libro “Mujeres que corren con lobos”, que habla de la importancia de entender el ciclo “vida, muerte, vida”. Les comparto tres pequeños y cortísimos fragmentos:
“Nos han enseñado equivocadamente a aceptar una forma rota de uno de los más básicos y profundos aspectos de la naturaleza salvaje. Nos han enseñado que la muerte siempre va seguida de más muerte. Pero no es así, la muerte siempre está incubando nueva vida aunque nuestra existencia haya quedado reducida a los huesos.”
“Las fuerzas de la Vida/Muerte/Vida forman parte de nuestra propia naturaleza, forman parte de una autoridad interior que conoce los Pasos de la Danza de la Vida y la Muerte. Está integrada por los aspectos de nuestra personalidad que saben cuándo algo puede, debe y tiene que nacer y cuándo tiene que morir.”
“Sin embargo, el milagro que estamos buscando exige tiempo: tiempo para buscarlo y tiempo para traerlo a la vida.” Mujeres que corren con lobos, Capitulo 5. (1998) Clarisa Pinkola Estés

Cuando hablo de esto no me estoy refiriendo a las noticias diarias de nacimientos y defunciones, no. Me refiero a cada momento de nuestras vidas, hay cosas, procesos, vínculos, lugares, objetos, trabajos, proyectos, hogares, decisiones, ideales, que nacieron, de repente mueren, y cuando más rápido nos amiguemos con esta idea, vuelven a la vida. Convertidos en otra cosa, o simplemente dejando lo que tenían que dejar.
Esos limoneros o naranjos que tanto me gustan pasaron por un otoño desojado, y un invierno despojado. Pero la vida vuelve, y lo hace hermosamente.
Cuántas veces vimos romperse algo tanto que creímos que ya no iba a tener vuelta atrás, y sin embargo no fue hasta que se rompió y toco fondo que se convirtió en algo más honesto, más sincero, más bello.
A veces los finales duelen más porque nos aferramos a no querer perder eso que está muriendo más que porque ya no esté. Porque hay cosas a las que podemos seguir aferrándonos, pero eso no quieren decir que estén vivas.
Suele dar miedo la muerte cuando tememos a la vida. La finitud es parte de nuestra esencia ¿por qué no lo sería cada una de las cosas que vivimos? La muerte no es final, es trascendencia.
Y esto es el otoño para mi, es el recordatorio de que el hecho que hayas cosas que parezcan romperse o rompernos, no quiere decir que nos quiten la vida. Me recuerda que a veces hay que soltar el cuerpo ante las circunstancia, dejar que todo caiga, para volver a vivir. Pero, encontrando la belleza aún en esa «rendición».
Pero la clave de esto, la sorpresa, es que cuando nos amigamos con el ciclo vida – muerte -vida somos capaces de disfrutar y presenciar cada momento como un milagro propio, sabiendo que siempre todo se transforma hacia más vida. Como el gran Jorge Drexler, y como la tercera ley de la termodinámica, “nada se pierde, todo se transforma”.
¿Qué le vas a entregar a este otoño para que vuelva con m{as vida?
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